
Estamos ante un país enfermo, desahuciado y agónico. Sostenido por la infamia y la locura colectiva. Sus síntomas: violencia, abulia, corrupción, paramilitarismo, sátiros que condenan la infancia, un emperador entronizado y endiosado por los bufones de la corte, una ausencia total por el respeto hacia la vida, padres que ciegan la simiente sin pudor alguno y con cinismo aberrante. No hay derecho. La ignominia campea ante los ojos desprevenidos del común y lo peor no se hace nada por detenerla, ¿y cómo?, si los grandes ponen el ejemplo.
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